Apuntes para unas memorias.

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Esta es la respuesta a un correo electrónico privado que he decidido hacer extensiva a todos los que leéis Petalusma (si es que aún alguien lo hace) creyendo que puede ser de vuestro interés. El remitente de ese correo es AntiD, colaborador habitual, como sabéis, de este medio, el cual conoce, y comparte, mi ya vieja afición a eso que unos llaman rock duro y otros simplemente heavy y, muy especialmente, a esa, si no mítica, sí contundente banda inglesa llamada Deep Purple. El propósito del mencionado mail no es otro que el de hacerme partícipe de uno de esos blogs que cuelgan montones de discos, rarezas de todo tipo y cosas realmente difíciles de encontrar. Este, concretamente, tiene una muy completa categoría dedicada a los Purple en la que lo más interesante son los post dedicados a las sagas y precuelas menos conocidas del grupo (Tommy Bolin, Trapeze, Captain Beyond, Elf, etc.).
http://arconderecuerdos.blogspot.com/search/label/Deep%20Purple?max-results=20

Lo cierto es que ya me hice con buena parte de esas cosas hace años, cuando descubrí Soulseek y, por fin, tuve a mi alcance todos esos discos de los que había leído hacía años, cuando me era completamente imposible conseguirlos (de hecho la mayor parte ni siquiera estaban editados) en el paupérrimo ZR de nuestra infancia y preadolescencia en el que tan sólo existía una única tienda especializada en la venta de discos: Discos Agarthy (¿Se escribía así?). A decir verdad, también estaba aquel extraño sitio, Radioga, que ni siquiera era una tienda especializada en la venta de discos, y donde siempre me pareció que había demasiados dependientes para una comercio tan pequeño. El caso es que como quiera que llevaban años sin comprar novedades y éramos pocos los que por allí pasábamos poseían un raro stock de discos descatalogados que amontonaban olvidados al fondo de la tienda. De hecho, tenían que encender unos neones blancos cada vez que te acercabas a rebuscar entre los polvorientos cajones, pues aquella parte de la tienda donde estaban los discos no se solía usar nunca. Aunque era un poco incomodo estar allí con todos esos dependientes mirándote mientras metías los dedos entre los siempre demasiado prietos estantes, merecía la pena hacer alguna incursión cuando nuestros no muy poderosos bolsillos lo permitían. También vendía discos en Gale Prix y allí compre mis rimeros tres LP´s: Made in Japan, The number of the beast y For thouse about to rock. Pero, en verdad, aquello era tan patético que prefiero dejarlo de lado.

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Infancia y juventud.
Por aquel entonces, con 10 o 12 años, pasaba toda la semana ahorrando, en muchas ocasiones en colaboración con mi hermano pequeño que también contribuía a la causa metalera. En cuanto lográbamos reunir seiscientas pesetas, lo que costaba un disco del cajón “Nice Price!”, nos plantabamos en Agrthy. Siempre escogíamos el que tuviese la portada más bonita, es decir, más horrorosa. Llena de dibujos con dragones, guerreros, espadas y demás iconografía heavy. Éramos muy pequeños, habíamos pasado, sin solución de continuidad de los Clicks y los Madelman al Heavy Metal y aún puede que alternásemos ambas aficiones. De hecho, recuerdo que me daba un poco de miedo todo eso del satanismo y que compraba con cierto reparo los discos de los grupos que hacían gala de su simpatía por el diablo. Nada de esto tuvo que ver con que, muy pronto, decidiese hacer de Deep Purple mi conjunto preferido. Según lo recuerdo debió influir bastante el que Made in Japan fuese el primer LP que compré. Durante algunas semanas, que se me hicieron eternas, fue el único ejemplar de la que, ya había decidido, había de ser mi gran colección. Como no tenía nada más que escuchar ponía una y otra vez el disco, día a día, sin descanso y de cabo a rabo. Por otra parte, mi madre, que nos había visto crecer entre las mal grabadas cassettes de los Ñu y los Barón Rojo, debió sentirse francamente aliviada al escuchar un disco que, al menos, estaba bien producido por lo que nos animaba a que lo pinchásemos con asiduidad. Se decía, y yo lo creía a pies juntillas, que era el mejor disco de la historia del rock. En torno a él, circulaban toda una serie de absurdas leyendas. Al parecer un japonés no pudiendo soportar la intensidad de la interpretación de «Child in time» se había pegado un tiro en pleno concierto. Es cierto que en un momento de la canción se escucha un fuerte golpe pero no es más que la reverberación de un amplificador que debió recibir algún golpe. También contaban que el estupendo chillido de Gillan durante «Strange kind of woman» era el más largo registrado jamás. En fin, cosas por el estilo. No hacía mucho había empezado a rasguear una guitarra española que pedí a mi madre como regalo de no sé bien qué. La admiración que sentía por la sorprendente forma de tocar de Ritchie Blackmore tenía también mucho que ver con mi predilección por el grupo. Menos tino tuvo mi hermano al escoger. Durante unas semanas su grupo favorito fue Pánzer. Una banda española bastante mediocre y que, para colmo, tenía unas portadas tremendamente feas, con la vieja aquella grotesca de Vallecas, “la abuela del rock”, poniendo los cuernos. La cosa no le duró  mucho. Al final se decidió por los Kiss que por aquel entonces no se había desmaquillado aún y lucían unas pintas geniales. Menuda decepción nos llevamos cuando aparecieron por primera vez sin maquillaje en la portada de Lick it up y pudimos  comprobar que su aspecto, sin pintura, no era muy diferente al de, por ejemplo, los Chunguitos.  Yo lo sabía todo sobre Deep Purple y de memoria. Mi hermano ponía menos empeño e interés en aquello de los discos y el Heavy. Claro que, todo hay que decirlo, centrado como estaba en algo más productivo como era ser el primero de la clase, tenía menos tiempo que un servidor para quien el colegio no ofrecía el más mínimo interés. Así que, antes que hacer los deberes, prefería pasarme las tardes leyendo y releyendo los créditos de los discos. Volvía, una y otra vez, a consultar mis pobres fuentes: un póster, que todavía conservo, que  incluía una biografía bien informada en el anverso comprado en Ritmo, la tienda de guitarras regentada por aquel inefable Evaristo, el que haría de ser mi primer y único profesor de guitarra, que no supo o no quiso enseñarme nunca lo que era una escala pentatónica. También contaba con un número especial de la revista Popular1, muy mal escrito, por cierto, y en el que, infantilmente, trataban de enfrentar a Deep Puerple con Led Zeppelín. “¿Cuál es la banda más poderosa?”, o cosa parecida, rezaba la portada. Al poco de comprarlo, perdí aquel especial en una excursión a Córdoba que hicimos con el colegio. No sé muy bien para que me llevaría aquella revista a una excursión, supongo que tenía la intención de leer durante el viaje. Lo dejé olvidado en una ranura que había en la parte trasera del asiento siguiente al mío. ¡Cómo lamenté aquella pérdida!.  El caso es que, al año siguiente, volvimos a hacer una nueva excursión, esta vez a Granada. Nada más sentarme en el autobús me di cuenta que era el mismo del año anterior y que me había sentado exactamente en la misma butaca, miré donde había dejado olvida mi revista ¡y allí estaba esperándome!, también la conservo aún.  Sea de ello lo que quiera, el caso es que mi obsesión por los discos crecía al mismo vertiginoso ritmo con que encogía la que por los estudios sentía. Tanto es así que llegaba a faltar a alguna clase esperando a que abriera la tienda de discos  que estaba regentada por un tipo bastante desagradable que, además de no saber nada de música, tenía un mal gusto increíble. Era, como ya he dicho, la única tienda dedicada en exclusiva a la venta de discos y cassettes de la ciudad. Estaba metida en una pequeña (minúscula) galería comercial llamada “Las Tiendas Verdes” decorada con abundantes helechos y otras plantas todas de plástico y focos con bombillas verdes. Las bolsas de todas las tiendas eran, igualmente, de plástico verde. Allí solía encontrarme muy a menudo con mi primo A. C. que se proveía de discos para la discoteca que había, no ha mucho, inaugurado en el corral de la casa de mis abuelos en Alcolea de Calatrava, tras el estrepitoso fracaso de la librería  que había montado en un local que poseía en la plaza de ZR.  Durante años y años compré discos en esta tienda  y puedo presumir de que nunca jamás se me hizo un miserable descuento y eso que tenía la suerte de poder comprar al menos uno o dos discos casi semanalmente. Esto último irritaba sobremanera a otro  de mis primos, J. C., que veía como mi colección, que en un principio nació por el impulso de imitar la suya iniciada con años de ventaja, crecía y crecía superándola con creces. Según decía, hacía yo una especie de competencia desleal pues al ser él mayor tenía que dedicar casi todo su dinero a salir por ahí con sus amigos. Yo era sólo un mocoso que aún no pisaba la calle. A propósito de las salidas, recuerdo que mi hermano, mucho más extrovertido siempre que yo, se me adelantó bastante: se iba a la plaza del Pilar, se compraba una bolsa de pipas y alguna chuche y se pasaba allí la tarde jugando con los chicos y chicas del colegio. Yo me quedaba leyendo a Conan Doyle y a Stevenson, a los que debo mi afición a la lectura forjada por aquel entonces. Tanto me gustaban los relatos de Sherlock Holmes y estaba tan convencido del poder de las teorías deductivas del famoso detective que me paseaba todo el día con una pipa y una lupa, sustraídas del despacho de mi padre , metidas en un chaquetón deportivo azul y gris, muy feo. Era lo único que me ponía por aquel entonces y trataba de compararlo, inútilmente, con la magnífica capa de tweed de Holmes. Durante los recreos, en el colegio, en lugar de jugar a cualquier cosa, merodeaba por el patio tratando de hacer deducciones. La única cosa que logré deducir, con insólita sagacidad, fueron los macarrones con tomate de la comida de algún mal aseado compañero que exhibía una muy notable manchan colorada de aceite en la camisa.  El caso es que como digo mi hermano salía y yo leía y, en una ocasión en la que me encontraba enfrascado en mis libros y volvía él de su infantiles e inocentes correrías, entró en el cuarto que compartíamos y no pudiendo resistirse me dijo algo así como que no sabía todas las experiencias tan interesantes que se descubrían en la calle, todo lo que me estaba perdiendo con eso de no salir pero, al ver que yo, indiferente, no levantaba la vista del volumen, reflexionó un poco y, matizando sus palabras, añadió que, quizás, en el fondo, de alguna manera ,yo también debía vivir con igual o mayor intensidad esas mismas experiencias a través del lectura. Todo eso dicho con mucha gravedad y mal explicado por un niño de nueve o diez años debía resultar bastante hilarante. Como vivíamos muy cerca de la plaza del Pilar, donde se juntaban todos los niños, podía asomarme de vez en cuando a la ventana del salón y ver lo que hacían unos y otras, eso sí, con sumo cuidado de no ser descubierto; no ya tanto por que me vieran ahí hecho un pasmarote sino porque no se notase que estaba en pijama. En especial me interesaba ver lo que hacía alguna niña que me gustaba un poco. Pero volviendo a Deep Purple resultó que por aquella época, 1984, y siendo yo ya un fan consumado, se produjo la primera y esperadísima reunión de la que había sido mejor formación del grupo desde que el su disolución  en 1975. Grabaron un  LP, Perfect stranger que compré en cuanto pude, además, y aunque mi juicio no estaba demasiado depurado aún, resultó no ser un mal disco para lo que se puede esperar de una reaparición de esa clase. Sea como sea, el caso es que, saber que la banda estaba en activo y que cualquier día podía aparecer un nuevo disco creó en mi unas expectativas tan grandes que, absolutamente todos los días, a la salida del colegio, a medido día, hacía una visita a la tienda discos para asomarme tímidamente al escaparate donde se exhibían las novedades con la esperanza de encontrar el deseadísimo nuevo álbum de mi grupo favorito. Pero, aunque siempre me encontraba con una nueva decepción volvía a cargarme de esperanzas pensando que quizás la próxima vez fuera diferente. Así pasaron tres largos años, pues aquel esperadísimo disco no se publicó hasta el año 1987. Nunca he vuelto a sentir una emoción tan grande y sencilla, una emoción que se hacía física y se posaba como una especie de leve pinchazo en la garganta cuando descubrí el LP en el escaparate de Agarthy. Tampoco he vuelto nunca ha sentir una decepción igual, pues la espera había sido tanta que en aquellos tres años mi poco ponderado juicio de niño había comenzado a madurar. El disco, que se titulaba The house of the blue light, aunque me costaba reconocérmelo a mi mismo, era realmente malo y por muchos esfuerzos que hice por obligarme a escucharlo nunca me gustó .
Después de aquello, poco a poco, fui perdiendo el entusiasmo por el Heavy.  Una tarde, puse todos mis discos en una caja y entré con ellos en un bar de heavies de muy mal reputación. El pinchadiscos del local, uno que hoy en día dice ser escritor, se interesó por mi colección. Aquel día, le vendí todos mis discos. Todos, menos los de Deep Purple.

septiembre 14, 2009. Etiquetas: , , , , , . Heavy, Preste Juan. 5 comentarios.