El guardián entre los guisantes

Esta es la fotografía más conocida de J. D. Salinger. La de un anciano feróz que amenaza con el puño a la cámara. La que todos los periódicos publican invariablemente cada vez que el escritor, muy a su pesar, vuelve a ser noticia. En realidad es una de las pocas imágenes que del escritor se conocen y, de entre estas, la más reciente. Debía tener unos setenta y cinco años cuando se la hicieron, allá por los años noventa.

Me recuerda mucho a un pobre y atormentado vecino de la Ciudad Jardín. Esmerado jardinero aficionado, cuyo huerto de guisantes ejercía una irremisible y fatal atracción hacía nuestros balones los cuales terminaban, inevitablemente, siempre embarcados en su cuidada parcela. ¡Pum! Balonazo. Y la pelota cruzaba la calle, volaba por encima de la tapia y venía a caer, estrepitosa y violenta, en su pequeño y mimado huerto. “¡Fulanito (no recuerdo su nombre) qué te aplastan los guisantes!” Gritaba su mujer. Y el hombre aquel, “el guardián entre los guisantes” de mi infancia, salía furioso tras los chiquillos alzando el puño, lanzando amenazas e insultos. Más o menos como Salinger en la foto.

El enfado de Salinger nada tiene que ver con unos niños jugando al balón, ni con guisantes espachurrados. Salinger lleva años levantando el puño contra el mundo. Rara avis en un hábitat, el de la creación literaria, tan superpoblado de egos hipertrofiados, ha dedicado todos sus esfuerzos a dejar de ser aquel prometedor autor que, allá por los años cincuenta, adquiriera fama y prestigio. Pero todos sus empeños en desparecer, en hacernos olvidar que hubo un tiempo en que fuera portada del Times, han sido en vano. Antes al contrario, su actitud esquiva, su anhelado anonimato no ha hecho sino avivar las llamas de la curiosidad. Cuanto más hace Salinger por apartarse de la vida pública, son más y más los curiosos que se acercan a husmear por su casa, a hozar en su vida privada. Y crecen los rumores sobre sus manías, sobre su extrañas costumbres, acerca de esas novelas ocultas que el autor se niega a publicar.

Para colmo de males, un buen puñado desequilibrados, que no deja de crecer, confiesa haber encontrado inspiración para sus crímenes entre las páginas de El guardián entre el centeno. Una novela cuyos auténticos méritos literarios han quedado, por desgracia, deformados por tanta anécdota y tan poca foto.

En el fondo, el caso de Salinger es parecido al de otros jóvenes novelistas norteamericanos que, como Truman Capote o David Foster Wallace, fueron convertidos en la gran esperanza de la narrativa estadounidense tras el fulgurante y desproporcionado éxito de una novela brillante. El abrumador peso de unas irreales y desproporcionadas expectativas terminó por malograr sus carreras.

diciembre 15, 2009. Etiquetas: , . Fotografia, Preste Juan.

2 comentarios

  1. AntiD replied:

    El caso es que pese a muchos otros nombres que pueden venirsenos a la cabeza, esos otros Bartlebys, el de Salinger es uno de los más paradigmáticos. Pienso ahora en Raymond Radiguet y su «El Diablo en el cuerpo»…,que aunque curioso tampoco creo que se trate de una obra maestra.

  2. Preste Juan replied:

    Claro, pero no creo que Salinger sea un Bartleby. Salinger sigue escribiendo aunque casi no publica. Es otro tipo de sindrome el que le afecta y me parece que tiene mucho que ver con esa impaciencia con que los medios estadounidenses tratan la literatura. Impaciencia y modelo de negocio editorial. A sangre fría está muy bien y todo eso, pero ¿Sabías que Capote recibió un anticipo de dos millons de dolares del New York Times? Eso explica por qué tanto bombo con Capote, y Capote está muy bien, pero, claro, con tanta pasta detrás el tipo acaba destruido seguramente por la presión y las espectativas que se generan con tanta publicidad para rentabilizar una inversión tan enorme.

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